divendres, 6 de juny del 2008

La isla

Pasó una semana y mi débil apariencia mortal se recuperó del todo. Por la noche salté des de las alturas a las oscuras aguas del mar a encontrar a la Corriente.
Nadé durante días sin descanso, bajando hasta las profundidades pero no la encontré. Hasta que una mañana al salir el sol, vi algo raro, lejos.
En el horizonte se vislumbraba una estrecha franja gris como un bloque de tierra en el agua. No conseguí adivinar que era aquella extraña masa, así que seguí nadando con la esperanza de que fuera uno de los fenómenos de la Corriente.
A medida que me acercaba se hacía más visible un intenso color verde por su superficie. Seguí adelante y mi asombro fue en aumento. Era un bloque de tierra pegado al fondo del mar, como un acantilado sumergido hasta la punta. Era algo que jamás había visto.
Llegué a tierra y ésta era fina y blanca, diferente a la del acantilado. Ese lugar era... ¿una isla? Había oído contar de su existencia, pero jamás había visto una.
Aun que tenía un cuerpo humano su fuerza era grande y aún me mantenía en pie cuando salí del agua para entrar en la espesura del bosque, sin pensar ni entender nada. Al cabo de nada vi una pequeña casita de madera en medio del espesor y me sentí, por un instante, aliviado. Piqué a la puerta pero nadie me contestó, así que seguí insistiendo pero de nuevo nadie contestó.
Abrí la puerta sin esfuerzo y entré. No era un lujo, como cabía esperar, pero me sirvió para descansar un rato y comer algo de lo que había allí.
Me senté en el sofá delante de la pequeña mesita de madera, como el resto de la casa y mordisqueé una manzana y descansé. Pero de repente la puerta de abrió. Me quedé quieto, sin saber qué hacer, no podía esconderme, así que me quedé quieto.
-¿Quién eres tú?- una joven de pelo rojizo se quedó asombrada al entrar y encontrarme allí, en su casa.
-Perdón, soy Jezabel, el príncipe.- dije como si fuera obvio, pero para ella no lo fue tanto.
-Ya, si claro, y esta planta come hombres.- señaló una esquifada planta que crecía en el suelo de la casa con puntiagudas hojas y un color amarillo.
-¿No me crees?
-claro que no.- afirmó- Pero qué más da, hoy estoy compasiva, así que si no tienes sitio adonde ir, esta noche puedes quedarte. Solo esta noche.
No supe que decir, así que tan solo asentí y terminé de masticar la fruta. Aquella noche la pasé, tal como ella había dicho, en la casa durmiendo en el sofá del salón.
A la mañana siguiente me llevó al pueblo que se abría entre las densas hojas. No era tan grande como mi ciudad, pero era acogedor. Cuando ella entró en una tienda aproveché y me fui, aún sin saber hacia dónde, pero tenía que seguir buscando.
No muy lejos del pueblo me encontré de frente con un pequeño rio, no era muy pequeño pero bastante. Me sentí por un momento aliviado, si entraba en el él podría encontrar allí a la Corriente y terminar con eso de una vez por todas. Así que fui estúpido y me lancé al agua.
Empecé a bajar pero aquel rio era más hondo de lo que pensaba, así que cuando me quedé sin respiración intenté subir.
Pero igual que en el fondo, sobre mi cabeza había una distancia gigantesca, intenté desesperado subir pero el esfuerzo parecía en vano, mi cuerpo parecía moverse sin mover-se, quieto en la distancia en la oscuridad. Fue entonces cuando entendí donde estaba.